lunes, 11 de agosto de 2008

EDUCACIÓN

50.000 menores españoles se encuentran en la actualidad cumpliendo algún tipo de pena. Según el presidente de la Asociación Española de Psicología Conductal, Gualberto Buela Casal, 5.000 menores son denunciados al año por sus padres por conducta violenta. La Organización Mundial de la Salud va más lejos al considerar que un total de 700.000 menores en España padecen trastorno de conducta antisocial, aunque el 80% de los casos están sin diagnosticar.

¿Qué le ocurre a nuestra sociedad, está enferma? Es necesario ahondar en la raíz del problema, dictaminar todas sus causas y no escatimar esfuerzos para su resolución. Nos encontramos ante un verdadero ejemplo de falta de ética y no basta con una clase de Educación para la Ciudadanía o cualquier otra asignatura, sino que hay que buscar la responsabilidad del asunto. En líneas generales, en todos los países, se nos enseña a aprender infinidad de cosas, cultura, ciencias, oficios, pero no se nos enseña el arte de vivir

En la antigüedad los hombres tenían en Ulises el modelo de persona que les permitía resistir como un islote las adversidades de la vida. Hoy vivimos guiados por el sentimentalismo que nos exhorta a no poner resistencia a los impulsos del sentimiento. Deberíamos recordar a Aristóteles, el nos enseña la importancia de la responsabilidad en la forja de nuestro carácter para poder vivir como hombres en medio de la sociedad. No podemos decir como Sartre “bueno, somos así, y nadie puede hacer nada por cambiar”. Aristóteles nos dice que no somos como somos porque la naturaleza nos ha hecho de este modo, sino que somos como somos por nuestros actos, por ellos nos hacemos buenos o malos, justos o injustos, valientes o cobardes. Hemos perdido los hábitos de conducta. La ética no se adquiere mediante manuales, sino por la sucesiva repetición de los actos. Del mismo modo que el jugador de fútbol entrena constantemente los tiros de falta para alcanzar una perfección adecuada que le permita materializar la pena en gol, es la repetición de los actos, por ejemplo los actos justos, los que nos acaban por convertir en personas justas.

Cuando hablo con amigos profesionales de la docencia en todos ellos se alza una misma queja: “todo está permitido”. Este es el peor mal de la humanidad, que todo esté permitido quiere decir que todo es igual, que no hay distinción alguna entre las cosas. Pero es un grave error no enseñar virtudes como la disciplina, la responsabilidad de los actos propios, la constancia y el esfuerzo. Cuando los hábitos perfectivos no se arraigan de modo permanente el sujeto queda a merced de los deseos. La recta voluntad queda subordinada al “quiero esto”, “necesito aquello” de carácter impulsivo y sensitivo. Cuántas personas mueren por no se dueños de sí mismos, por el alcohol, por las drogas. Y es que las acciones, buenas o malas, nos gusten o no nos gusten, tienen por sí mismas un peso propio que se convierte en conducta a través de su sucesiva repetición. Hemos devaluado la virtud viéndola como un residuo del pasado, pero la virtud es propia del hombre, es la excelencia de la conducta, que permite al hombre y a la mujer elegir y realizar, con prudencia y mediante la razón, lo mejor. ¿Y qué es la virtud? Es la determinación práctica del bien (prudencia), su realización (justicia), la firmeza para defenderlo o conquistarlo (fortaleza) y la moderación para no confundirlo con el placer (templanza).

1 comentario:

Unknown dijo...

Me quedo con la frase de Aristoteles: "somos como somos porque la naturaleza nos ha hecho de este modo, sino que somos como somos por nuestros actos, por ellos nos hacemos buenos o malos, justos o injustos, valientes o cobardes", cuanta razón contiene.