martes, 9 de febrero de 2010

SUCEDIÓ EN MADRID


Ocho de la mañana, salgo de casa y me dirijo hacia la parada del metro, bajo una escalera de granito que me sumerge a las entrañas de la tierra, paso un torno de seguridad, saboreo los acordes de una guitarra sonando en uno de los pasillos al compás del goteo incesante de una filtración provocada por las últimas lluvias. Continúo bajando por una escaleras mecánicas, la gente ordenada a la derecha dejan paso a quien tenga prisa, aguardo a que el suelo acabe de tragarse los escalones y así comenzar a caminar. Calculo que he bajado unas tres plantas y observo el móvil sorprendido pues aún mantengo la cobertura.

Como siempre la estación está de bote en bote, normalmente prefiero esperar y coger el próximo pero hoy, a pesar de ir muy bien de tiempo, decidí montarme. Me sitúo con el fin de no tocar a nadie y no tener a nadie detrás pegado, pues los robos abundan en el metro. Una vez colocado en el último vagón, dejo una de mis manos agarrada en una de las barras horizontales que van de un extremo al otro de la vagoneta. En ella puedo observar las manos de muchos pasajeros, manos de todos los colores, negras, blancas, morenas. Un mural de colores se cierne sobre las cabezas de los pasajeros y parece que nadie se percata de tan digno detalle.

Mientras contemplo el espectáculo de colores, mi mano que forma parte de este mural, siente el calor humano de otra. Sin poder evitarlo mi pulgar tocó su meñique, y una corriente atravesó nuestros cuerpos. Y como si de una película romántica y ñoña se tratase, el meñique desconocido y perteneciente a una señorita de pelo negro azabache y de piel clara, le devolvió el gesto a mi pulgar. De nuevo, una corriente se paseó por nuestros cuerpos, y con cara sorprendida se giró hacia mi, me miró y un esbozo de sonrisa dibujó su cara.

¿Porqué los buenos momentos sólo duran milésimas de segundos? Al momento, la monstruosa bestia, forjada con hierros y remaches, abrió sus puertas y comenzó a expulsar a las personas que se encontraban en su interior. Entre ellas, la dueña del meñique, la cual antes de salir se dirigió a mi con tono bajo y suave, y casi susurrando me dijo: ¿...............?
(Sólo unos cuantos sabréis el final de la historia)

Sed buenos

4 comentarios:

Gaby dijo...

Que lindo que te tocó una chica linda, (con el siemple hecho de sonreír ante el incidente, a mí me parece una chica linda) en ocaciones suele tocarte un tío que en vez de sonreír, te devuelve un gruñido!

Yo quería conocer el final de la historia.

Saludos

Isaias dijo...

"Me sitúo con el fin de no tocar a nadie y no tener a nadie detrás pegado, pues los robos abundan en el metro" Sí, sí, por lo robos...

Mamón, me has dejado con la intriga...

Tomás dijo...

Ya se que esa parte suena rara,,pero bueno no voy a entrar en detalles....

Respecto a lo de la chica del metro, ya os iré contando....pero te adelanto que hoy la he vuelto a ver

Miguel Sarmiento Pelegrina dijo...

Que grande Tomás cuentame más que no puedo con la intriga.
Esos momentos son maravillosos